domingo, 15 de septiembre de 2013

EL HOMOVIDENS Y LA SOCIEDAD TELEDIRIGIDA PARTE 2


La televisión empobrece la información porque sólo muestra la realidad que se quiere dar a conocer, podríamos redondear esta reflexión diciendo que en México, quizás como en ningún otro país de América Latina hoy, los medios viven de los miedos. Esto fue evidente en las últimas campañas electorales, en las que las amenazas de atentados casi acaban con la teatralidad callejera de la política –que ha sido y aún es, aunque “reducido”, su espacio y forma propias–, obligando a resguardarla y convertirla en espectáculo televisivo. 

La televisión está devorando toda la capacidad de comunicación que no puede vivirse en la calle. 
Pero no solo en las campañas electorales los medios sustituyen la vida de calle, de la ciudad. En la experiencia cotidiana del país podemos constatar la desproporcionada importancia que la industria de los medios de comunicación ha adquirido. En un país con carencias estructurales tan grandes de vivienda, de salud, de educación, tenemos unos medios de comunicación desproporcionadamente desarrollados, tanto en lo económico como en lo tecnológico. Pero esa desproporción –al menos en términos de la importancia que adquiere lo que en los medios aparece– es proporcional a la ausencia de espacios políticos institucionales de expresión y negociación de los conflictos, y a la no representación en el discurso cultural de dimensiones claves de la vida y de los modos de sentir de las mayorías. Es la “realidad” de un país con una muy débil sociedad civil, un largo empantanamiento político y una profunda esquizofrenia cultural la que recarga cotidianamente la capacidad de representación y la desmesurada importancia de los medios. Se trata de una capacidad de interpelación que no puede ser confundida con los raitings de audiencia. 

No solo porque esos ratings, en el caso de la TV, de lo que nos hablan es apenas de los aparatos encendidos durante equis programa, y no de cuánta gente está mirándolo y mucho menos de quiénes y de cómo lo ven, sino porque la verdadera influencia de la televisión reside en la formación de imaginarios colectivos, esto es, una mezcla de imágenes y representaciones de lo que vivimos y soñamos, de lo que tenemos derecho a esperar y desear, y eso va mucho más allá de la medible en horas que pasamos frente al televisor y de los programas que efectivamente vemos. No es que la cantidad de tiempo dedicado o el tipo de programa frecuentado no cuente, lo que estamos planteando es que el peso político o cultura de la televisión, como el de cualquier otro medio, no es medible en términos de contacto directo e inmediato, solo puede ser evaluado en términos de la mediación social que logran sus imágenes.
La televisión ahoga al individuo con la velocidad de las imágenes y no le da cabida a procesarlas, identificarlas y reflexionarlas, sólo las da y así éste se conforma con ellas. No se logra comprender con plenitud el mensaje que se nos quiere enviar, la imagen muestra la realidad, una realidad que está influenciada por los miembros de poder del país y también por los medios de comunicación de masas, ellos deciden que es lo que se publica o sale al aire según su propio criterio entonces, el televidente ve lo que le quisieron imponer con la imagen.



Cada día estamos informados de más cosas pero cada día sabemos menos qué significan. ¿Cuánta de la enorme cantidad de información que recibimos sobre el país y el mundo se traduce en mayor conocimiento de los otros, en posibilidades de comunicación y en capacidad de actuar transformadoramente sobre nuestra sociedad? 
De otro lado, la información ha entrado a simular lo social, la participación. Al sentirme enterado de lo que pasa tengo la tramposa sensación de estar participando, actuando en la sociedad, de ser protagonista, cuando “sabemos” que los protagonistas son otros y bien pocos. Pues si es verdad que las nuevas tecnologías descentralizan, lo cierto es que no están haciendo nada contra la concentración del poder y el capital, que es cada vez mayor. Tenemos información pero se nos escapa el sentido, vivimos en la euforia de una participación que la vida misma se encarga de mostrarnos lo que tiene de simulacro.
Los invito a que vean el siguiente video:

 

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