domingo, 15 de septiembre de 2013

EL HOMOVIDENS Y LA SOCIEDAD TELEDIRIGIDA PARTE 1


El autor nos comienza diciendo que desde los comienzos de la información escrita, el hombre desarrollaba la capacidad de pensar frente a textos que explicaban hechos formándose un tipo de opinión sobre el contexto. Hoy, desde que el hombre se transformó en Homo Videns, dejó de hacerlo.
El hombre como ser racional tiene la capacidad de interpretar la realidad según su propio criterio, siempre y cuando los medios se lo permitan. Es aquí donde la Televisión juega el rol fundamental, puesto que es ella la que manipula al hombre y hace que pierda su capacidad de abstracción.


Para pensar en los procesos urbanos, como procesos de comunicación, necesitamos pensar cómo los medios se han ido convirtiendo en parte del tejido constitutivo de lo urbano, pero también cómo los miedos han entrado últimamente a formar parte constitutiva de los nuevos procesos de comunicación.
La televisión no nos deja pensar pues ella lo da todo mediante la imagen, la cual se considera como una verdad. Es ésta la que influye en nuestro actuar diario, es ella la que nos “sugiere” como caminar, como vestir, que decir, que opinar, esto no puede ser entendido más que en referencia a las transformaciones en los modos urbanos de comunicar, es decir, a los cambios en el espacio público, en las relaciones entre lo público y lo privado que produce una “nueva” ciudad, hecha cada día más de flujos, de circulación e informaciones, pero cada vez menos de encuentro y comunicación. Así, la posibilidad de entender el atractivo que ejerce la televisión está mucho menos en estudiar lo que hace la televisión que en estudiar aquellos procesos y situaciones que hacen que la gente se siente  a resguardarse en el pequeño espacio de lo privado y hogareño, y a proyectar sobre él un imaginario de seguridad y protección. Si la televisión atrae es, en buena medida, porque la calle expulsa. Es la ausencia de espacios –calles y plazas– para la comunicación lo que hace de la televisión algo más que un instrumento de ocio, un lugar de encuentro. 

El autor nos dice que el hombre ha perdido la facultad de conocimiento, desde que el Homo Sapiens se transformó en homo Videns perdió su capacidad de conocimiento y saber, la televisión lo ha convertido en una persona que cada vez sabe menos de asuntos públicos, se ha convertido en un ciudadano que se deja estar, pero tal vez no sea cierto al cien por ciento, aunque si en un porcentaje muy alto. Se echa la culpa a los medios de comunicación de homogeneizar la vida cuando el más fuerte y sutil homogeneizador es la ciudad impidiendo la expresión y el crecimiento de las diferencias. Nos quedan los museos, claro está, y las ciudades se llenan cada día más de ellos: esos lugares donde se exhiben las diferencias congeladas y a donde acudimos a alimentar el recuerdo y la nostalgia. Al normalizar las conductas, tanto como los edificios, la ciudad erosiona las identidades colectivas, las obtura, y esa erosión nos roba el piso cultural, nos arroja al vacío. De ahí el miedo. Y, por último, es una angustia que proviene del orden que nos impone la ciudad. Pues la ciudad impone un orden, precario, vulnerable, pero eficaz. Al referimos al daño causado por los medios de comunicación, nos encontrarnos con la vida privada, el honor, la fama, el orden público, la moral vigente y el bien común. Esos valores o bienes jurídicos encuentran tutela en la legislación penal y de esa forma se constituyen en controles al ejercicio práctico de las libertades de expresión e información, por ejemplo, entre las medidas que algunas legislaciones han tomado y que en cierto casos sirven para proteger al individuo contra el mal uso de la libertad de información, se cuenta el “desacato judicial”, que es un caso típico de control represivo. ¿De qué está hecho ese orden y a través de qué funciona? Paradójicamente es un orden construido con la incertidumbre que nos produce el otro, provocando en nosotros cada día la desconfianza hacia el que pasa a mi lado en la calle. Pues en la calle se ha vuelto sospechoso todo aquel que haga un gesto que no podamos descifrar en 20 segundos. Y me pregunto si ese otro, convertido cotidianamente en amenaza, no tiene mucho que ver con lo que está pasando en nuestra política, con el crecimiento de la intolerancia, con la imposibilidad de ese pacto social del que tanto se habla, esto es, con la dificultad de reconocerme en la diferencia de lo que el otro piensa, en lo que al otro le gusta, en lo que el otro tiene como horizonte vital, estético o político.

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