El autor nos
comienza diciendo que desde los comienzos de la información escrita, el hombre
desarrollaba la capacidad de pensar frente a textos que explicaban hechos
formándose un tipo de opinión sobre el contexto. Hoy, desde que el hombre se
transformó en Homo Videns, dejó de hacerlo.
El hombre como ser
racional tiene la capacidad de interpretar la realidad según su propio
criterio, siempre y cuando los medios se lo permitan. Es aquí donde la
Televisión juega el rol fundamental, puesto que es ella la que manipula al
hombre y hace que pierda su capacidad de abstracción.
Para pensar
en los procesos urbanos, como procesos de comunicación, necesitamos pensar cómo
los medios se han ido convirtiendo en parte del tejido constitutivo de lo
urbano, pero también cómo los miedos han entrado últimamente a formar parte
constitutiva de los nuevos procesos de comunicación.
La televisión no nos deja pensar pues ella lo da todo mediante la
imagen, la cual se considera como una verdad. Es ésta la que influye en nuestro
actuar diario, es ella la que nos “sugiere” como caminar, como vestir, que
decir, que opinar, esto no puede ser entendido más que en referencia a las
transformaciones en los modos urbanos de comunicar, es decir, a los cambios en
el espacio público, en las relaciones entre lo público y lo privado que produce
una “nueva” ciudad, hecha cada día más de flujos, de circulación e
informaciones, pero cada vez menos de encuentro y comunicación. Así, la
posibilidad de entender el atractivo que ejerce la televisión está mucho menos
en estudiar lo que hace la televisión que en estudiar aquellos procesos y
situaciones que hacen que la gente se siente
a resguardarse en el pequeño espacio de lo privado y hogareño, y a
proyectar sobre él un imaginario de seguridad y protección. Si la televisión
atrae es, en buena medida, porque la calle expulsa. Es la ausencia de espacios
–calles y plazas– para la comunicación lo que hace de la televisión algo más
que un instrumento de ocio, un lugar de encuentro.
El autor nos dice
que el hombre ha perdido la facultad de conocimiento, desde que el Homo Sapiens
se transformó en homo Videns perdió su capacidad de conocimiento y saber, la
televisión lo ha convertido en una persona que cada vez sabe menos de asuntos
públicos, se ha convertido en un ciudadano que se deja estar, pero tal vez no
sea cierto al cien por ciento, aunque si en un porcentaje muy alto. Se echa la
culpa a los medios de comunicación de homogeneizar la vida cuando el más fuerte
y sutil homogeneizador es la ciudad impidiendo la expresión y el crecimiento de
las diferencias. Nos quedan los museos, claro está, y las ciudades se llenan
cada día más de ellos: esos lugares donde se exhiben las diferencias congeladas
y a donde acudimos a alimentar el recuerdo y la nostalgia. Al normalizar las
conductas, tanto como los edificios, la ciudad erosiona las identidades
colectivas, las obtura, y esa erosión nos roba el piso cultural, nos arroja al
vacío. De ahí el miedo. Y, por último, es una angustia que proviene del orden
que nos impone la ciudad. Pues la ciudad impone un orden, precario, vulnerable,
pero eficaz. Al referimos al daño causado por los medios de comunicación, nos
encontrarnos con la vida privada, el honor, la fama, el orden público, la moral
vigente y el bien común. Esos valores o bienes jurídicos encuentran tutela en la legislación penal y de esa forma se constituyen
en controles al ejercicio práctico de las libertades de expresión e
información, por ejemplo, entre las medidas que algunas legislaciones han
tomado y que en cierto casos sirven para proteger al individuo contra el mal
uso de la libertad de información, se cuenta el “desacato judicial”, que es un
caso típico de control represivo. ¿De qué está hecho ese orden y a través de
qué funciona? Paradójicamente es un orden construido con la incertidumbre que
nos produce el otro, provocando en nosotros cada día la desconfianza hacia el
que pasa a mi lado en la calle. Pues en la calle se ha vuelto sospechoso todo
aquel que haga un gesto que no podamos descifrar en 20 segundos. Y me pregunto
si ese otro, convertido cotidianamente en amenaza, no tiene mucho que ver con
lo que está pasando en nuestra política, con el crecimiento de la intolerancia,
con la imposibilidad de ese pacto social del que tanto se habla, esto es, con
la dificultad de reconocerme en la diferencia de lo que el otro piensa, en lo que
al otro le gusta, en lo que el otro tiene como horizonte vital, estético o
político.
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